ANA COLCHERO: EL NUEVO HÁBITAT SERÁ EL SUBSUELO

13/10/2012 - 12:00 am

Le dio piel a Aimeé en “Corazón Salvaje”, Alondra en la telenovela homónima y Camila en “Nada Personal”. Ya no es actriz de la pantalla. Convertida en escritora, presenta Los Hijos del Tiempo, su segunda novela

Fotos: Antonio Cruz.

Llega unos minutos tarde a la cita en las oficinas de Santillana. Saluda amablemente, sonriendo.

Viene toda de negro; hasta el cabello. Las sombras de los ojos, gris oscuro; el color de los labios, rosa pálido.

Los años han pasado, evidentemente, por ella: tiene el rostro mucho más afilado, ya no es esa belleza de cara ligeramente redonda, infantil, de medio berrinche; una Lolita con labios de corazón.

Esta mañana fría de octubre Ana Colchero se ve plena en sus cuarenta y tantos, a gusto consigo misma. Segura. Serena.

Es difícil no hablar de la apariencia de una mujer hermosa, y cuyo éxito en otra etapa de la vida tuvo mucho que ver con su apariencia. Minutos después me dirá que ya no es actriz. Sólo escritora.

Los hijos del Tiempo (Suma de Letras, 2012) es su segunda novela: una visión apocalíptica de un futuro no tan lejano (año 2060, ciudad de Nueva York), en el que los seres humanos están divididos entre los dalits, que sobreviven en el subsuelo, comiendo ratas e insectos, y con un poco de suerte sobras que logran rescatar de la basura que arrojan los uranos, quienes habitan en la superficie, tienen empleos y aparentemente todas sus necesidades satisfechas, pero siempre están vigilados por el Consejo, organismo global que lo controla todo.

 – Leyendo Los hijos del Tiempo se adivinan preocupaciones que tú has expresado antes: el ansia de libertad de un pueblo, la necesidad de conocer más profundamente al otro, al que es distinto a nosotros… ¿Qué tanto de Ana Colchero hay en ésta, tu segunda novela?

Básicamente mi propia formación, como economista, la verás reflejada. Por otro lado, mi deseo siempre de observación de las cosas que, finalmente, es lo que te da la materia prima para construir una historia. Me empezó a llamar mucho la atención a partir del 11 de septiembre de 2001 cómo había cambiado el panorama en el mundo, cómo se empezaba a configurar de cierta manera una corriente que se convertía en algo mundial, de homogenización.

Y después, cosas más profundas, como desde hace ya muchos años vemos que el trabajo… (Ana hace aquí una breve pausa para ordenar sus ideas)… De hecho, ahí hubo un libro famoso en los noventa que se llamó El fin del trabajo… (vuelve a su primer argumento)… cómo el trabajo no alcanza para todos, y por otro lado, yo me pregunto si vale la pena que alcance, porque hay trabajos que nadie quiere hacer, que los hacemos por una necesidad económica. Pero en realidad si las máquinas ya pueden hacer un trabajo que en realidad el ser humano no quiere ni debería hacer, qué bueno. Lo que pasa es que estamos hoy en el conflicto de tener una tecnología lo suficientemente avanzada como para darnos la libertad de ocuparnos de cosas que nos gustan, y por otro lado, una necesidad económica que nos hace pedir ese trabajo que nadie quiere hacer.

Hay una gran incongruencia, siento yo, de un estadio que está llegando a su fin, que está en los estertores finales y que está dando paso a uno nuevo, y es un momento muy convulsionado.

Yo, claro, retrato una distopía en un cierto periodo de tiempo porque creo que podría pasar una cosa así. Es uno de los posibles escenarios. O sea, si “sobramos” (entre comillas, dice) tantos seres humanos, no es porque no podamos alimentarnos, porque hoy la tecnología nos podría dar de comer cinco veces a todos los seres humanos, a siete mil millones, pero no comemos porque no tenemos dinero, eso es un absurdo. Entonces, ¿tenemos que desaparecer los que sobramos?

– Leo tu libro y recuerdo al periodista alemán Günther Wallraff, que se disfraza de ciertos personajes para experimentar en carne propia su modo de vida. Lo hizo, por ejemplo, con los “sin techo” en Alemania, y las condiciones de vida que observó no son muy diferentes de las de tus dalits. Quizá esto nos está indicando que esta realidad que describes en tu novela no está muy lejos de suceder. Uno se pregunta, entonces, todos estos millones de desplazados, ¿a dónde van a ir?

– Por un lado está el subsuelo, en donde ya están viviendo… De hecho, hay una gran periodista inglesa que se metió al subsuelo en Nueva York, un poco como este periodista alemán que dices, a ver qué es lo que estaba pasando porque se negaba la existencia de los “sin techo” en el metro de Nueva York, viviendo en el metro. Y ella se metió, era muy jovencita en ese momento. El libro se llama Los topos. Y documentó esto, pero además se inmiscuyó realmente. Y lo hizo tan bien, que después de sacar el libro ya no nos los pueden negar.

Yo de ahí obtuve mucha información, de ese libro. Después me pasé mucho tiempo observando y metiéndome en todas las cloacas que podía, y en los subsuelos.

Y claro, en México es una realidad dolorosísima porque la gran mayoría de la gente que vive en el subsuelo son niños. Es un dolor tremendo.

 ¿SE SOBREVIVE EN EL SUBSUELO?

En la primera década de este siglo, Ana Colchero expresó varias veces, y en público, su apoyo al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Viajó a Chiapas, conoció a los zapatistas y convivió con ellos en el corazón de sus comunidades. Incluso en el 2006, cuando el Subcomandante Marcos inició una campaña abierta en contra del voto por los partidos tradicionales, que parte de la izquierda interpretó como una traición a Andrés Manuel López Obrador, Ana lo apoyó.

Igual que los zapatistas, los dalits de Los hijos del Tiempo se rebelan: ya no permitirán ser los seres olvidados, los que viven en las sombras.

– ¿Qué tanto te sirvió tu experiencia con los zapatistas para escribir este libro?

Lo que más me ayudó fue entender el principio de autonomía. Y eso fue algo que me quedó claro desde el principio: su deseo de “no quiero llegar al poder para hablar; yo quiero mi autonomía, que me respetes como comunidad autónoma, como colectivo autónomo, como etnia. Como ciudadano que va a decidir su propia manera de vivir, que respetes mis usos y costumbres”, y eso, yo creo que es la manera fundamental en que nos podemos entender.

Yo creo que es la parte que para mí fue más importante de los zapatistas, y que además también ver qué tanto, en cualquier comunidad, existen los mismos problemas humanos pero diferentes formas sociales. Pero los seres humanos somos idénticos en cualquier parte del mundo, y en cualquier situación. El amor es el amor en cualquier lado del mundo, en cualquier etnia, en cualquier raza. La amistad es lo mismo. Somos idénticos. Entonces podríamos ponernos de acuerdo mucho más fácil, pero lo que está obstaculizando hacerlo son las estructuras de poder dentro de la comunidad.

Nacida en el subsuelo, Zeit pierde a su madre siendo todavía una niña. La tragedia la convierte en un ser frío, lleno de rabia y rencor, que decide, a partir de ese momento, nunca regresar al subsuelo. Sin embargo, el encuentro con su hermano mellizo, al que la madre abandonó a su suerte por una deformidad que le impide caminar, hace que ella cambie, poco a poco, sus objetivos en la vida.

– Zeit, tu protagonista femenina, es una guerrera. ¿Qué tiene de Ana Colchero?

Mira, no lo sé. Sé que es una mujer que pasa por momentos de mucha desesperación, de mucha rabia y de mucha impotencia; yo no he vivido una impotencia tan grande. O sea sí, a nivel interno, de ver cómo funcionan las cosas, pero en realidad no vital. Yo he sido afortunada en la vida. He tenido unos padres normales, una vida medianamente normal…

Cuando Zeit se encuentra a alguien que la cobija, que es su hermano Rudra, y por otro lado, que le descubre el conocimiento, su vida cambia.

– Aprender a leer es una transformación vital en ella. ¿Qué significa la educación, el conocimiento para tí, Ana, como base del progreso personal?

Hay una cosa que a mí me llama mucho la atención: que mucha gente dice “es que la educación nos va a salvar”. Y yo no lo creo. Porque yo conozco gente muy educada, con muchos doctorados, que no es precisamente ni una buena persona, ni alguien que ve por el progreso, sino por su bienestar personal. Yo creo que es algo más complejo. Yo en lo que sí creo es en el conocimiento, no en la educación formal, porque la educación en las universidades cada vez es más sesgada, cada vez se mete más nada más a las áreas particulares, a las áreas especializadas. Ya hay médicos que se especializan en el metatarso del meñique, y dices: “Esto no va a servir para más allá de esto”.

No sé si tú te acuerdas de una historia real, que es la historia de Helen Keller, que era sorda, ciega y muda, y que se pasa mucho tiempo en plan de salvaje, hasta que llega una maestra casi ciega que lo que le quiere enseñar es la palabra. Y entonces le enseña los símbolos para comunicarse…

Esta luz es terrible, ¿verdad? (Le dice a Antonio Cruz, el fotógrafo, que ha entrado a la pequeña sala en la que estamos conversando para hacerle unas fotos. En un gesto casual, que no deja de ser coqueto, suelta el cabello que momentos antes había recogido con una pinza y lo acomoda con los dedos. Parece ser que Ana, la estrella, no se ha ido del todo. Sonríe y vuelve a dirigirse a mí).

Y entonces la maestra de Helen Keller, Sullivan, le empieza a enseñar la palabra. Ella no entiende más que algunas cosas. Sabe que si hace así (hace un gesto con los dedos de la mano derecha sobre la izquierda, para ilustrar mejor sus palabras) le van a dar agua, pero todavía no entiende el concepto de la palabra.

Y no sabes lo emotivo que fue para mí hacer una gira con esta obra. Me decían: “Es que vas a hacer una gira al norte del país con una obra como esta, en lugar de, con el galán y el amor, y no sé qué…” Dije: “Sí”. Me dijeron: “¿Pero te das cuenta de que vas a ir a unos pueblos donde el teatro en realidad es un cine?”. “Sí”. “Y la gente quiere ver al galán”. “Es que no hay galán en la obra”… En fin.

Cuando al final de la obra la niña (Hellen) comprende que no son gestos para pedir tal cosa, sino es la palabra con la cual se puede comunicar, es un momento impresionante, increíble ver cómo la gente, toda, te juro que igual y la gente que estaba lejos, y oía medio mal, lloraba; todo el mundo lloraba. Todos se conmovían pero grueso. Todas en el escenario llorábamos todas las funciones que dábamos diario.

Yo dije: “Esto es muy fuerte”. Y yo pude comprobar, con el público más normal, de los pueblos del país, que darse cuenta de que la palabra te lleva justamente a la comprensión. Y de ahí al conocimiento, y de ahí a entendernos, y de ahí a muchas cosas.

– En la novela, a pesar de todo, persiste la esperanza…

– Yo creo que sí. Yo quería poner una distopía pero también decir: “bueno, tenemos en nuestras manos la posibilidad de que esto no sea así”. Porque de veras lo creo. Honestamente. Creo que el ser humano tiene completamente la capacidad para transformar su realidad, pero claro, hay que emplear la voluntad, y además un poco el rollo de la solidaridad es muy importante, porque finalmente estás abogando por tí mismo.

En Los hijos del Tiempo, el amor que surge entre Zeit, la protagonista dalit, y Cliff, urano, hijo de un miembro del Consejo, así como la voluntad de ambos de luchar contra la injusticia, hace posible adivinar un porvenir menos negro para la humanidad. Pero ¿Qué tanto las decisiones de unos cuantos nos pueden hacer pensar que la distopía que plantea Ana en la novela no está tan lejos de volverse realidad?

– Los diputados aquí en México acaban de aprobar una reforma laboral que nos hace pensar que crecerá el número de toda esta gente que “sobra” en nuestro país…

– La van a echar a patadas…

– ¿Es la manera de volver desechable a mucha gente?

¡Claro!… Pero, por ejemplo, claro, esa sociedad, los uranos, es una sociedad que sí parecería perfecta pero en realidad está totalmente ceñida y es un poco lo que yo veo en nuestra sociedad. O sea, la gente que logra un lugar en la sociedad tampoco es libre. Es casi hasta menos libre que los dalits. Por eso a veces Cliff se pregunta “es que yo me siento más libre en el subsuelo muriéndome de hambre que aquí controlado por tantas cosas”.

No te puedes rascar donde te pica porque te está viendo la cámara. Es que eso es muy fuerte. El otro día me estaba picando una nalga y dije: “Ay cabrón!”, dices: ¡Qué horror!… El Big Brother ya construido completamente.

– Tú no vives actualmente en México, ¿qué panorama ves en materia de empleo, seguridad, bienestar en general para nuestro país con el próximo gobierno?

– De momento, no. Voy a regresar, no sé cómo ni cuándo, pero de momento me tuve que alejar para hacer la novela que ya la terminé, que es sobre México, y necesitaba distancia.

Y claro dije, bueno, después de las elecciones a ver qué pasa, pero yo no puedo volver con el PRI. Es que no puedo. Me iré a donde sea pero no puedo volver con el PRI. Para mí es un dolor tremendo. Y la reforma laboral, es la misma reforma laboral que se hizo en España ahora. Casi idéntica. Si te das cuenta se repite el mismo esquema en todos lados del mundo. En Grecia, Italia, en todos lados. Es la manera legal de mandar a la gente a la alcantarilla.

Y todo esto no tiene sentido. O sea, tiene sentido para proteger la ganancia del capital, pero no para millones y millones de seres humanos. Esto no puede ser. Esto no tiene lógica… Y se puede. La tecnología nos ofrece cosas maravillosas.

 ¿ANA, DÓNDE ESTÁ CAMILA?

El tiempo se está acabando. No puedo despedirme de Ana Colchero sin preguntarle por su carrera como actriz, a ella, a quien recuerdo como Aimée, la villana sexy que hacía perder la razón a un Juan del Diablo de pelo largo, interpretado por Eduardo Palomo, en Corazón salvaje, y como Camila, la heroína de Nada personal, la telenovela de Argos, producida por Epigmenio Ibarra, que a los intelectuales no les daba pena admitir que veían.

– ¿Cómo combinas ahora la actuación con escribir?

– Pues ya no actúo desde hace muchos años… Intenté hacer las dos cosas al mismo tiempo y no podía. Porque empezaba una novela, y me llegaba un trabajo… porque bueno, los actores sí hay muchos periodos que no trabajan, y dije: bueno, aprovecho esos periodos, ahorro durante el trabajo que hice… Pero no, porque se te corta la novela y cuando vuelves después de unos meses ya no tiene continuidad. Entonces dije: tengo que tomar la decisión de salir de esto y de dedicarme solamente a escribir, a ver qué pasa.

– ¿Y qué tan difícil ha sido haber tomado esta decisión?

– Pues muy fácil. Fácil en el sentido de escribir. Difícil en el sentido de que, bueno, mi primera novela me tardé como año y pico en poderla publicar porque, claro, nadie confía en ti, ¿por qué va a confiar en ti? Entonces pasa mucho tiempo en que las editoriales van viéndola. Y esta novela, particularmente, yo la terminé antes de empezar la crisis. Y la gente me decía: “Pero ¿Por qué un futuro tan negro? Esto no puede ser”.

Pero yo me dedico a observar, y también como economista, lo vi venir.

Y de pronto, cuando ya se desencadenó la crisis, y ya vieron que esto no era una cosa pasajera, aceptaron publicarla.

– Escogiste la Literatura por encima de la actuación, pero ¿No sientes de repente un poco de nostalgia por los escenarios?

– Es horrible decirlo, pero no. Te juro que lo disfruté mucho, fue muy lindo… Yo cuando tuve que escoger una carrera estaba entre Letras o Economía y decidí Economía, pero siempre lo había tenido ahí como, “bueno, eso es lo que tengo que hacer al final de mis días”.

Y la actuación fue un momento muy bonito pero en realidad, no. Me lo imagino y me pongo chinita… Pero me ayuda para la escritura porque, la verdad, meterte en un personaje como yo me metía en los personajes, realmente estructurarlos y sentirlos, que era muy divertido, eso me ayuda…

Y además, ¿sabes qué? También los actores pasan unas penurias tremendas, hijo, ¡qué bárbaro!, o sea, la vida del actor es muy, muy, muy dura. Yo tuve suerte y de verdad que agradezco la buena suerte que tuve con la actuación, pero no es una pauta. A veces los actores la pasan muy mal…

– ¿Y los escritores no?

Ufff! (ríe)… Los escritores peor.

Me despido de Ana. Toño Cruz se queda haciéndole fotos. Posa con la seguridad de quien sabe perfectamente cómo hacerlo, y con la mirada de que ya no es necesario convencer a nadie de lo contrario.

 

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